
Y entonces el dios araña decidió crear al hombre.
—Para eso necesito imaginar una tela que sea fuerte como el trueno y ligera como el rayo. —dijo.
Sí, puede que la imaginación sea lo que distingue a los hombres de los demás seres...
He aquí entonces que los seres aparecieron temblando sus narices. Sí, creo que podrían ser sus narices. Dieron unos pasos adelante y se acercaron.
Brillaban con una suave luz sus hocicos como luciérnagas entre los pastos. Sentí su tibieza.
El dios araña se acercó al primero de los seres y lo tomó en sí. Miró su rostro, por así decir. Lo acarició. Deslizó como amante sus dedos por los contornos amados.
—Sh, sh, sh.
Entonces la nariz fue tomando forma, sus manos modelaban un rostro desconocido pero de tan suyo, un inseparable tejido de su pensamiento.
Luego pensó unos ojos, capaces de ver más allá de la materia.
Habría mundos allí para lanzarse a explorar y zambullido en ellos construir las imágenes de universos alternos.
—Καωσ. —pronunció el dios araña.
Me miró con sus ojos negros aunque no eran negros o no eran ojos.
Y el nombre que le dejé fue Kaos.
De a poco la materia de sus ojos se deslizó, se desplazó. Un nuevo brillo, un nuevo color se desplegó. Hubo un parpadeo. Se tiñe la ausencia, y todo pasa a un permanente diluirse entre blancos y negros.
Así pensó. Tal vez los cegaría tejiendo una red de iris y de grises, al igual que Edipo, para ver como Tiresias aquellas cosas que nos iluminan y no las que nos enajenan...
Y así cantan por las noches desde entonces:
—Somos Cosmos.
Texto: LAB/JAF - Comienzo de la primavera tardía.
Foto: JAF - Bosque de las Sombras - Lago Puelo - En la primavera tardía
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