martes, 9 de julio de 2019

El potro soñado



El potro soñado
Errante, me miro en los arroyos,
sabores de lunes, de cines y miniseries, novelones,
expulsando del alma a ese caudillo punzó
acuerdo edictos que penar por siempre.

Hago huellas sin fin, siembro fantasías,
le chiflo a los boyeros anidando:
quienes, es habitual, hieráticos,
fríos me desencantan silbando

Allá a la pampa tan ancha del cielo
sobre las creencias norteñas de un puente de iris
y con las hojas iluminadas:
me lleva el camino, aunque trajinado,
cabalgando sobre excavados cementerios, apenas nuevos,
soy rumor de cascos amarilleando entre  zapallares

Avanzo entre libros recordados, entre nuevos brotes,
soy el maniquí de un triste anciano:
disfruto el dulce encanto feudal, 
el delicado misal de hojas de arroz,
entreverado de antiguas flores, evanescentes,
esas pichanas, desgastadas varas de tala,
cuya imagen guarda, indudable pena y fatalidad.

Yo que piso el jazmín del cielo y la ansia que lleva
yo despunto el bastón amado: y además,
espero la eternidad que es  pura forma
ese gusto de mi espìritu que se hunde.

¡Cómo ha amanecido!¡ con lenta luz pálida, 
pesada, mano de caricias!
Escuché el relincho del colorado
a pelo, potro libre, luminoso.
Montado  en él atropello iglesias
corriendo la soledad de cuarteles sin soldados,
y tropas de espectros acosándome.
Su mirada castaña va alumbrando,
su cuerpo es el tambor del galope que pisa.

Yo demando las luces de  un refucilo perenne,
un funeral que se encargue de mis dones.

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